Frase célebre aleatoria

domingo, marzo 11, 2012

Hedonista

Hace unos cuantos ayeres fue cuando me avoqué a investigar someramente la teoría del hedonismo. Resulta que grosso modo, el hedonismo consiste en una incesante búsqueda del placer y evitación del dolor. Sin ir un poco más allá, fue el mismísimo marqués de Sade el que descubrió una manera de vivir similar a la mía antes que yo, sin embargo, me atrevo a diferir un poco de las locas ideas de Francois. (ni idea de como poner la letra esa).

Todo comienza con la aceptación narcisista, con el autoenamoramiento y más que nada la aceptación de uno mismo. No me refiero a una clase de amor desmedido por la apariencia física, para no morir frente a un espejo, sino el sentimiento de aprecio por uno mismo, en todo lo que se es, no se es, se fue y se desea ser. En otras palabras, el inicio de una nueva vida (para mi gusto) comienza enamorándose una persona de sí misma a través del tiempo. A pesar de los errores cometidos, del dolor sufrido y las decepciones. "Amo lo que fuí, amo lo que soy y amo lo que pueda ser".

Porque somos fruto de lo bueno y lo malo de la vida, del entorno y el raciocinio. La madurez de una mente nace cuando no se quiere seguir al 100% la conducta creada por los estímulos ambientales y decide, mediante el uso del intelecto, empezar a transformar las estructuras del pensamiento que consideraría erróneas. Cuando uno se levanta en contra de lo que ha sido sembrado en el jardín por el entorno, puede entonces empezar a sembrar lo que a uno le plazca.

Ya en la etapa de una autoestima moderada, con pilares en "yo me amo, sé que tengo errores pero puedo mejorar" viene la parte importante. Eso que le da el título a este breve tratado sobre la forma de vida que predico desde hace unos ayeres, el hedonismo.

A estas alturas, el hedonismo se ha "satanizado" como una mera búsqueda del placer físico. Sin embargo el hedonismo que predico y practico va más allá de una de las tantas y casi innumerables ramas del placer de la vida.

Dos preguntas son mis favoritas cuando alguien acude a mí por un consejo. Normalmente tengo la premisa de que el problema que les atañe deriva directamente de una confusión de jerarquización, lo cual me lleva a hacer estas dos mágicas preguntas.

-¿Quién eres?-

Comúnmente, la respuesta a esta pregunta es un sin fin de palabrería difusa, que realmente expresa la confusión en la que vive el humano promedio. La gran mayoría inicia su disertación diciendo su nombre de pila, luego agregan apellidos, profesión, familia, especie, condición religiosa, espiritual, localidad y cosas así o más locas. En realidad ninguna de esas fracciones pueden expresar en su totalidad la única respuesta correcta, porque sólo hay una. Yo.

En la definición no psicológica (porque sería meternos con el yo, el ello, el super yo y el yoyo) la palabra yo, evoca todas las fracciones antes mencionadas y las no mencionadas. Porque el "yo" se mantiene constante, cambie el nombre, la religión o el código genético. El Yo se mantiene constante con la persona, a la vez que ésta va cambiando.

Primero, yo soy yo. Segundo, amo mi yo, yo me amo pues.

Como ya tengo la definición de lo que es el yo, ya puedo aceptar que "me amo", ahora viene la segunda pregunta mágica.

-¿Para quién trabajas?-

Más allá de la profesión o la ocupación, me refiero a una cuestión más bien física de lo que entendemos por trabajo. ¿Quién es la causa de que yo ponga todo o parte de mi esfuerzo en la vida?. He hecho esta pregunta un titipuchal de ocasiones y aunque he recibido muchas y distintas respuestas, pocos tienen bien claro para quién trabajan. La respuesta común es "trabajo para mi familia" o "trabajo para mis padres". Incluso peor aún, "trabajo para la sociedad en la que me desenvuelvo". Mentira.


Considero todas aquellas respuestas como erróneas, como un fruto de la programación que la sociedad ha impuesto en los más escondidos espacios de nuestra mente.

¡Ay ojón!, estarán pensando. La respuesta es tan simple, sencilla, llana y egoísta como la primera: "Yo trabajo para mí".


En mayor o menor medida, todas y cada una de las acciones realizadas por un ser humano, por altruistas que pudieran parecer, están orientadas al principio casi onanístico de la autosatisfacción. Entonces, aquél que da una moneda a un mendigo, no lo hace sólamente por la supuesta generosidad, sino porque la generosidad es sólo un puente que lleva hacia la autogratificación moral. "Doy dinero al que no lo tiene, por eso soy buena persona".

Esta idea se puede extender a todas las personas, pero para no parecer impositivo, trataré de exponer ejemplos sólo limitándolos a mi persona. Si, por ejemplo, veo a alguien caer, intentaré ayudarle a levantarse. No porque me caiga bien o sea un conocido, sino porque instantáneamente me pongo del otro lado, imagino que muy probablemente me gustaría ser auxiliado en una situación similar. En el fondo, al ayudarle, me ayudo.

Independientemente de lo que haga, lo haré por el propio beneficio. Puede sonar egoísta, ególatra, egocentrista y egoardo, sin embargo, es esta la naturaleza de todo ser vivo, incluyendo los animales sociales que habitan en colmenas, hormigueros, manadas, etc.

El bionte, desde la entidad microbiana hasta la gran ballena azul se mueven bajo este singular principio, un hedonismo crudo. De ahí que ningún ser humano realice alguna acción consciente "sin querer". Vayámonos a los extremos. Planteando una situación hipotética en la que un sujeto A se encuentra apuntando un arma de fuego a un sujeto B, por muy grande que sea el arma o grueso el calibre, el sujeto A no podrá obligar a B a realizar algo en contra de su voluntad.

Lo que se hace es poner en tela de juicio dos opciones. Se realiza cierta acción o se muere. La oportunidad de decisión recae en B, de esa manera B sopesará ambas opciones y elegirá por voluntad propia.

La cuestión básica entonces no es la voluntad, sino la jerarquía de las posibles opciones entre las que se puede elegir. Bajo este concepto, se asume la responsabilidad sobre todas las condiciones de la vida propia, en otras palabras:

"Si soy pobre, así lo he decidido al no buscar un mejor empleo o una mejor educación"
"Si estoy enfermo, será porque no he procurado un estado de salud distinto"
"Si me encuentro deprimido, es porque he decidido ser infeliz"
"Si tengo sobrepeso, es porque he decidido no hacer nada al respecto"
"Si sigo igual, será porque he decidido no cambiar"

Y esto de evitar el cambio es el más grande de los pecados, porque atenta contra la ley más poderosa que rige al universo, la ley del cambio o de la evolución.

Entonces ya estamos en términos de un hedonismo repleto de responsabilidades, alejado del hedonismo chaquetero tan difundido entre la juventud de hoy día. Si bien el hedonismo radica en una búsqueda del placer y evitación del dolor, este tipo de hedonismo que practico, explora placeres más grandes que los placeres naturales. Es decir, el placer innatural o espiritual.

Estos placeres innaturales, son entendidos por los placeres que no derivan de las actividades fisiológicas naturales (las 3 C por ejemplo), sino aquellos derivados de placeres del alma, placeres que van más allá de la animalidad del hombre.

Según una definición epicureana del hedonismo, el placer natural es efímero, comparado con el placer innatural que perdura. Ahí nace la diferencia inherente entre "cojer" y "hacer el amor".

Curiosamente, en el transcurso en el que escribí este post (me tardé casi una semana), fui ilustrándome más y más sobre un tal Epicuro, que hace mucho tiempo predicó (y supongo que practicó) una de las formas de ver la vida más simples, deliciosas y concretas de todas las que he visto, increíblemente parecida a la cual he llegado.


Para mi gusto, no hay forma más ingenieril de vivir la vida que un hedonismo Epicureano, o bien en mi caso, un hedonismo Eduardiano. Procuraré practicarlo. Felices trazos.


***FIN DEL COMUNICADO***

1 comentario:

Luna Despeinada dijo...

Gusta O..O
:B